El único candidato socialista que está en condiciones de propiciar que haya partido electoral en las generales es Alfredo Pérez Rubalcaba y, a distancia, José Bono. Cualesquiera otros, Carmen Chacón incluida, serían vapuleados en las urnas. Pero Rubalcaba, a sus muy trabajados sesenta años, sólo va a jugar esta partida si le cae en suerte -o por la fuerza- una mano de cartas con posibilidades verosímiles, si no de ganar, sí, al menos, de representar un buen papel y salvar los muebles. Y Rubalcaba -tampoco Bono, aunque este es más melifluo- podrían aceptar cargar con el marrón de enfrentarse a un electorado muy zurrado por Zapatero sin el control del aparato y el liderazgo interno. De tal manera que Rubalcaba será candidato a las primarias si éstas son de aclamación y si, de inmediato, la aclamación conduce a su elección en un Congreso -que puede ser ordinario a partir del mes de julio- como secretario general del PSOE.
Aunque Felipe González en sus conversaciones informales haya reservado al cántabro un papel de constante segundón, no está el vicepresidente para ejercer de secundario sino de protagonista. Así que habrá Rubalcaba en liza según y cómo se produzcan los acontecimientos. Y si estos no discurren por donde deben -completa y definitiva retirada de Rodríguez Zapatero- será muy difícil que un demediado Rubalcaba comparezca ante el electorado. Y sin Rubalcaba, no hay partido. O en otras palabras, sin el vicepresidente en la cabeza de lista por Madrid, el Partido Popular se planta en una holgada mayoría absoluta, más aún cuando Elena Salgado -de perdidos al río- ya ha anunciado cifras macroeconómicas que nos instalan en la crisis -con altísimo desempleo- al menos por cuatro años más. O sea, que votar PSOE, viene a decir la vicepresidenta, es hacerlo al estancamiento por más de un lustro.
Rubalcaba -que respecto del caso Faisán, por el momento, sólo, y no es poco, ha contraído una responsabilidad política que en España tanto unos como otros se toman a beneficio de inventario- es el único con experiencia y capacidad para enardecer en los mítines; mantener un equilibrada esgrima dialéctica con sus adversarios; elevar la moral de su tropa con recursos de variada gama –la ironía, el desprecio, la sorpresa, la daga florentina- y evocar al socialismo dorado de la mejor época de González. Rubalcaba es socialista; Rubalcaba no es progresista. Y hay una diferencia. No aspira, además, a que le quieran, sino a que le respeten y, en su defecto, le teman; cuida a sus enemigos con más mimo que a sus amigos; se informa detalladamente de los asuntos y tiene una larga experiencia en la confrontación con el PP.
Demasiados percebes adheridos ya en su trayectoria política como para ir de palmero de Zapatero, instalado éste en la secretaría general, disfrutando de los elogios que en España sepultan a los vencidos y fracasados (hasta el Financial Times le ha hecho ya la necrológica), y entonar el aria del “adiós a la vida” por un zapaterismo que al diputado cunero por Cádiz le importa, en el fondo, una higa. Y quien suponga que el vicepresidente pierde el trasero por un minuto de gloria, no le conoce. Bono, que es más vanidoso que una pavo real, sería capaz de aceptar el enjuague; para Chacón, resultaría un éxito llegar a la candidatura por supeditada que estuviera al desgastado Zapatero, pero Rubalcaba en absoluto.
Se atribuye a Zapatero una virtud que jamás ha tenido: el control de los tiempos. Ese es el mejor de los atributos de Rubalcaba. Y otro: la detección de las oportunidades. Y otro más: la supervivencia. Por eso, Rubalcaba, está en el candelero cuando los de su generación -ahí está Chaves, derruido y sin futuro- pasean por el parque, al sol de los lunes. De tal manera que nadie dé por descontado que el vicepresidente esté allí donde le espera la militancia del PSOE. Acudirá a la cita con todo el peso de la púrpura y con todas las bazas posibles en la mano. De lo contrario, no irá. Por eso, esta historia de Zapatero y de su retirada parcial y a plazos, no ha hecho más que empezar. La capacidad del presidente para confundirse -en el fondo, en la forma, en los tiempos- parece inacabable. Con Rubalcaba, o repara en las entretelas del personaje, o se confundirá también.
Jose Antonio Zarzalejo
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